Palabra del mes – Diciembre/2018 -Con Maria, permanecer en la Palabra
“Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc 1,39)
Ponerse en camino
María, una vez más, nos educa y nos enseña el camino de la caridad, del servicio y de la evangelización. Ella nos enseña a hacer lo “divino” a cada momento de nuestro día y a convertir cada relación humana en experiencia del Cielo.
Ella, como Madre, nos educa a vivir la Palabra en lo concreto de nuestra vida, en el día a día de nuestra existencia y a descubrir en el amor y en el servicio a nuestros hermanos, la síntesis del Evangelio.
Todo debe estar hecho a través de los ojos de Dios, en el amor de Dios, en su Presencia. María e Isabel nos lo demuestran cuando se encontraron, luego de la anunciación del ángel a María.
“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo” (Lc 1,39-41).
Cuando estamos limitados, María nos encuentra
El término “en aquellos días”, utilizado por Lucas, indica un tiempo muy definido. Antes el evangelista había escrito “cuando Isabel se encontraba en el sexto mes”. Es un tiempo que recuerda el libro Génesis, cuando Dios creó el hombre en el sexto día.
El número seis está compuesto por la suma de tres con tres, y este número la Biblia menciona como: “límite, finitud”. Nos dice que somos criaturas repletas de límites, pecados. María, en el sexto mes va, apresuradamente, a servirle a Isabel. María sabe que se encontraría a una persona limitada y mayor, sin fuerzas.
Ella no fue hasta Isabel para anunciarle todos los grandes milagros que Dios le hizo. ¡Para nada! Ella fue a servirle a Isabel una pequeña y mísera criatura, poniéndose totalmente a su disposición.
María le sirve a Isabel, en el silencio, lo “nada” que está delante de ella. Le sirve la criatura imperfecta y, en ella, quiere servirle a la humanidad que sentía falta de Dios.
Esto se nos proporciona una gran enseñanza, porque debemos entender que nunca debemos servirles a las personas para recibir algo en cambio. No podemos servirles por interés o por ganar algo.
Como María, debemos ser conscientes en servirles a aquellos a quienes Jesús acogió: los pobres, limitados, los últimos. ¡¿Cuántas veces, sin embargo, les ayudamos a aquellas personas ricas o inteligentes que pueden darnos dinero o reconocimiento?! María elige aquel a quien Dios escogió: el último.
El que necesita tiene prisa
“Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc 1,39)
¡Y lo hace apresuradamente! No se le preocupa su estado físico, con el hecho que en su vientre está el Hijo de Dios. Ella se apresura en servir sin mirarse a sí misma. La caridad es válida cuando la persona no suele organizarse o suele hacerse “planes quinquenales”.
La Iglesia, en general, en el servicio de la caridad, muchas veces se ha dejado llevar demasiado por programas, reuniones y discusiones que suelen acabar en el papel y allí, se mueren.
¿Y nosotros? ¿Cuántas veces ponemos a un lado aquello que nos fue la salvación, como por ejemplo, nuestro encuentro personal con Dios, porque comenzamos a “raciocinar inteligentemente” y eso toma cuenta de nuestra cabeza sin darnos cuenta de que, a Jesús, le reencontramos a través de la evangelización?
María apresuradamente se puso a servir, porque el prójimo necesitaba encontrarse con el Salvador. ¿Y nosotros qué apresuradamente hacemos? ¿Nos dejarán indiferentes, hoy, la muerte espiritual e incluso física de los demás?
Dios en mí
“Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno” (Lc 1,40-41). Es maravilloso lo que leemos en este brevísimo versículo. Se trata de dos personas que se encuentran y la presencia del Espíritu de Dios se manifiesta.
Lucas, en este versículo, nos quiere recordar una verdad fundamental: mi servicio se realiza milagrosamente y maravillosamente si yo, como María, estoy en Dios y Le tengo en mí. Mi actitud creativa solamente tendrá valor si vivo en Dios, si mi alma está en armonía con el Creador y si realizo aquello que Jesús nos ha mandado hacer: amar en Dios, servir en Dios. No puedo y jamás debo hacer la caridad si, puramente, tengo un deseo humano de realizarme como persona, de manera egoísta.
Frecuentemente nuestro hacer, infelizmente, es puramente humano, filántropo. Sirvo a los pobre para obtener gratificaciones o aún cuando estoy en la compañía de los amigos.
Les hago una visita, para sentirme más realizado, feliz, más santo… ¡Todo, pasa con el tiempo! ¿Cuántos de nosotros, al principio, en el entusiasmo de la conversión, pasábamos noches enteras con los que vivían en la calle? y, ahora, ¿seguiremos viviendo esa misma radicalidad? Si es así, ¡significaría que no estábamos y no estamos en Dios!
Si Jesús no está en el centro de mi vida, significa que ya no veo a Jesús que está vivo en los pobres.
Sede de Dios
María va apresuradamente para servir, pero ella va con Jesús vivo en ella, en su vientre. Ella le ofrece la única cosa que tiene: Jesús. No va a hacer el bien, sino llevarle Jesús a Isabel. Esta es la verdadera caridad.
Es la presencia de Jesús en mí que constantemente me mueve a amar y servir sin límites. Yo me convierto, de esa manera, en “Jesús para el prójimo”. El servir y la caridad exclusivamente tiene sentido si yo “soy Jesús”, si amo el Amor, si vivo la Palabra, la Eucaristía.
El donarme a mí mismo a los demás, con el paso del tiempo, crea solamente fracaso, cansancio, rechazo e, incluso, odio al prójimo, porque el prójimo, al amarle humanamente, nos enseña reiteradamente todos nuestros límites, egoísmo, suciedad y pecado.
La santa caridad se realiza apenas si amo como Jesús y en Jesús. María no se preocupó si Isabel estaba mayor, si vivía lejos, si se encontraba escondida o con miedo a los demás. ¡María le llevó a Jesús a Isabel!
“Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc 1,39)
“E Isabel quedó llena de Espíritu Santo” (Lc 1,41). Este es el resultado del amor de María: Isabel recibió al Espíritu y se puso repleta de alegría. Es lindo ver como la presencia de Jesús, ofrecida a través de María, le atrae al Espíritu.
Nuestra caridad, el servicio a los últimos o a cada persona que encontramos, debe tener como punto de partida y final la comunicación con el Espíritu Santo, llevarle el prójimo a renacer en el Espíritu: ¡Jesús en mí, al encontrarse con el Jesús en el prójimo y el amor recíproco, genera un Pentecostés!
Este debe ser nuestro reto, llevarle el Espíritu Santo a cualquier persona que le sirvamos en las obras de caridad.
Que el prójimo, al encontrarnos, pueda exclamarnos como lo hizo Isabel: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,42).
Pe. Antonello Cadeddu
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